La postulación desde la genética y la lingüística de un ancestro común para buena parte de las poblaciones que habitaron el sur de América Central y el norte de Sudamérica, o área istmo-colombiana, ha llevado a la reconsideración de muchos de los desarrollos locales en el área, incluyendo el surgimiento y la conformación de jerarquías sociales. Una de estas poblaciones fue la de los muiscas o chibchas, muy mencionada por el grado de complejidad que se les ha atribuido, y también porque en términos lingüísticos se usó la denominación chibcha para referirse a la estirpe lingüística en la cual se agrupa un vasto número de grupos del área.
En Los muiscas: La historia milenaria de un pueblo chibcha, Carl Henrik Langebaek Rueda hace una crítica de los enfoques que han enmarcado a ese grupo como una sociedad jerarquizada con una élite ejerciendo el poder y el resto de la población aceptándolo pasivamente. Esta visión fue alentada desde muy temprano, no sólo por modelos evolucionistas, sino también porque los muiscas son el grupo referente en la construcción identitaria de la nación colombiana, generando de paso muchas interpretaciones sesgadas.
Langebaek busca demostrar que el poder y la jerarquización social adoptan diferentes formas, y que los muiscas, aunque desarrollaron jerarquías y ejercieron poder, se caracterizaron por su diversidad. Esta visión crítica de la construcción de complejidad social se encuentra en boga en la teoría antropológica y arqueológica actual que cuestiona la caracterización de grupos sociales a partir de su clasificación en estadios evolutivos.
El libro se divide en tres grandes secciones: una general sobre el contexto donde se presenta el estudio de los muiscas dentro del ámbito más general de la región istmo-colombiana o “mundo chibcha”. Luego una sección sobre los testimonios documentales existentes sobre los muiscas, haciendo una descripción y discusión detallada según temas específicos. Finalmente, se presenta un apartado sobre los datos desde la Arqueología para desde una aproximación comparativa brindar una interpretación del cambio social. La reflexión final se incluye en este apartado.
Un acierto, desde el título del libro, es la visión del pasado precolombino como historia. No ha sido fácil despojar esa etapa del apelativo de prehistoria. Langebaek además la denomina historia milenaria, adoptando una visión larga o profunda, como preferimos llamarla. Esta visión permite también establecer conexiones del pasado remoto con los indígenas actuales, pero también con la población mestiza.
Otro mérito es la monumental revisión y síntesis de las abundantes fuentes escritas sobre este pueblo. Estas son comentadas con base en los aportes de numerosos investigadores y la amplia trayectoria en el campo de Langebaek, usando las crónicas no como datos sino como textos que sirven para proponer y preguntar. Asimismo, le permite tener una visión crítica sobre el registro etnohistórico y amalgamarlo con los datos arqueológicos. Este es un ejercicio muy valioso, no siempre exitoso, por las diferencias de ambos registros. Aún con dichas limitaciones, Langebaek procura contrastar de manera rigurosa si lo que decían los cronistas se puede respaldar con la información proveniente de estudios cerámicos, etnobotánicos, osteológicos, etcétera.
Donde más alcanza vuelo la publicación es en las contribuciones sustantivas para respaldar la gran diversidad de los grupos que generalmente se agrupan bajo el término cacicazgos, y las diferentes manifestaciones de jerarquía y poder. Para el caso de los muiscas, Langebaek propone que el poder no implicaba la acumulación de privilegios en todas las dimensiones, y que a partir de su estudio se pueden analizar cambios específicos en el contexto regional a pesar de un mismo origen compartido, enfatizando en un enfoque de múltiples escalas y dimensiones.
También recalca el autor las variadas direcciones del poder, el cual no se manifiesta únicamente en la persona del jefe o el cacique. Investigaciones arqueológicas en otras regiones identifican que las élites no necesariamente contaban con la capacidad o con el interés de controlar todos los aspectos económicos o de vida en sociedad. Asimismo, que el poder no sólo reside en las élites. Las personas del común tenían la capacidad de resistir, resignificar y emular las manifestaciones de poder para su propio beneficio; nunca son entes pasivos.
El autor menciona diversas publicaciones de autores que trabajan en el sur de América Central y hace una contribución novedosa a la “unidad chibcha” desde la mitología. Por ejemplo, la alusión de que “en el mundo chibcha las deidades creadoras eran ‘constructoras de viviendas’” (p. 95) con casos en Colombia, pero también con el caso de los bribris de Costa Rica y su concepción de la casa cósmica construida por el demiurgo Sibú.
El autor pasa, eso sí, en puntillas por la denominada “unidad difusa” propuesta por John W. Hoopes y Oscar M. Fonseca Z. (en su capítulo “Goldwork and Chibchan Identity: Endogenous Change and Diffuse Unity in the Isthmo-Colombian Area” en Gold and Power in Ancient Costa Rica, Panama, and Colombia, 2003) en elementos de cosmovisión, expresado sobre todo en la iconografía, que se habrían derivado de una herencia lingüística y genética común para las sociedades del área. Además, Langebaek no usa los términos Área Intermedia o Área Istmo-colombiana; en su lugar prefiere usar “mundo chibcha”. Es de notar que Área Intermedia aún goza de mucho crédito en autores escribiendo desde sus investigaciones en Colombia, a pesar de sus connotaciones peyorativas y su reformulación con base en modelos de desarrollo autóctono.
Otro tema a comentar es el reto enunciado por el autor en el prefacio de hacer una síntesis de los muiscas comprensible para el público general, sin “el aburrido lenguaje técnico propio de los escritos por especialistas para especialistas” (p. 13). El mundo académico está lleno de hipótesis, de debates sobre temas específicos, de propuestas para nuevos estudios. Trasmitir esa complejidad a lectores no familiarizados no es fácil.
En ese sentido, el libro mantiene un formato en la línea académica, aunque con pocas ilustraciones sobre excavaciones y objetos que ayudarían al lector general a entender mejor las explicaciones y comparaciones que se brindan. Un texto más abreviado y una mejor edición habría sido más digerible para el lector general.
Finalmente, este libro pone en manifiesto la trayectoria y la madurez intelectual de su autor y es una contribución no sólo para la arqueología de Colombia, sino también para el sur de América Central, abriendo nuevas perspectivas para analizar las sociedades de ambas zonas.