En este relato autobiográfico, Dean Arnold presenta una retrospectiva de su primer viaje a Perú en 1967, con ocasión de su trabajo de campo doctoral en el pueblo con alfareros de Quinua (Ayacucho). A lo largo de un texto ameno complementado por magníficas fotografías, el lector acompaña al protagonista en sus “aventuras” de investigador extranjero, quien, con toda la ingenuidad de su juventud, descubre una realidad geográfica y cultural en ese entonces completamente novedosa para él. Lejos de los cánones de la escritura académica, este libro invita al lector a adentrarse en la dimensión más explícitamente subjetiva e introspectiva del trabajo de campo, como experiencia física y emocional a menudo determinante en la orientación de una trayectoria investigativa. Desde una perspectiva de divulgación, la obra pretende asimismo proporcionar informaciones generales sobre la historia, la geografía y la realidad sociocultural del Perú. Ejercicio ciertamente complejo, que requiere una combinación particularmente perspicaz entre síntesis y precisión analítica.
Arnold inicia los once capítulos de la narración con un recuento sobre su infancia en South Dakota (Estados Unidos), su curiosidad innata y los comienzos de sus estudios universitarios en antropología. Describe luego las circunstancias que le llevaron a realizar su investigación de doctorado en el Perú, bajo la dirección de Donald Lathrap y el asesoramiento en campo de Tom Zuidema, en ese entonces docente en Ayacucho. El autor consiguió una beca para realizar un estudio sobre las posibles influencias wari, inca y española en la producción alfarera contemporánea de la región de Ayacucho. Al cabo de preparativos administrativos y logísticos varios, se embarcó al fin rumbo a Lima y luego Ayacucho, en donde se encontró con Zuidema.
Después de una primera fase de aclimatación y exploración, el narrador opta por focalizar su estudio sobre la variabilidad de producciones alfareras entre comunidades, y los fenómenos de idiosincrasia visibles en algunas de ellas, especialmente Quinua, en donde decide radicarse para desarrollar su trabajo. Para colmo de mala suerte, su estadía en el lugar coincide con la época de lluvias, en que los alfareros no producen vasijas. Este decepcionante imprevisto da pie a un cambio en la estrategia investigativa del protagonista, basada más bien en la recopilación de testimonios de alfareros, en visitas regulares a los mercados vecinos para documentar en detalle las formas y diseños de los tipos cerámicos producidos localmente, en excursiones enfocadas en la captación de las materias primas (componentes arcillosos más particularmente); de manera general, en exploraciones encaminadas a entender plenamente la realidad ambiental de la producción alfarera. En paralelo a sus exploraciones en torno a Quinua, Arnold va regularmente a Ayacucho, en donde se encuentra con su asesor, junto a quien explora los sitios arqueológicos aledaños, lo cual le ayuda a empaparse de manera más profundizada con la arqueología local. La narración de estas tareas es puntualizada por variopintas anécdotas, como aquella del angustioso arresto policial del protagonista en Huamanguilla, o su asombro ante los “inauditos” rituales de Semana Santa en Ayacucho.
Al cabo de unos meses, Zuidema sugiere a Arnold ir a Acos (sur de Cusco). En efecto, de acuerdo con documentos históricos, los incas habrían desplazado poblaciones originarias de Acos hacia la región de Quinua, lo cual podría explicar la originalidad de la alfarería producida en esta última localidad. Luego de las pintorescas peripecias de un recorrido de varios días en bus, automóvil, tren y camión, Arnold consigue llegar a Acos, en donde se entera que ya no hay alfareros. Sin embargo, señala que el recorrido y la estadía en la región de Cusco en general le proporcionaron valiosas informaciones para aprehender plenamente el contexto geográfico regional de la estrategia de conquista inca. Finalmente, el autor vuelve a Quinua sin mayores imprevistos, para concluir con las actividades de su estudio.
Más allá del ameno y humorístico registro del relato de “aventura”, el libro de Arnold trae pertinentemente a colación problemáticas aún muy vigentes, como aquella de las relaciones complejas entre los diferentes actores de la práctica antropológica y arqueológica—investigadores locales, extranjeros, comunidades—en el marco del contexto geopolítico local y regional. En palabras de su autor, el libro propone dar a conocer justamente su encuentro con la gente de los Andes (p. 4), y, de hecho, el relato describe múltiples escenas de la cotidianidad urbana y rural de la Sierra sur. Siendo así, el lector se queda con la curiosidad de conocer más sobre los interlocutores andinos del protagonista. ¿Qué le contaban? ¿Qué pensaban? ¿Cuáles eran sus emociones? ¿Cómo eran sus vidas? Esta curiosidad es aún mayor ante afirmaciones como la siguiente: “las personas pueden tener una apariencia ‘india’, pero si aprenden a leer y escribir en español, y cambian su ropa para reflejar más el estilo nacional, se convierten en mestizos, o cholos, una posición intermedia entre campesino y mestizo” (p. 85, mi traducción).
El libro concluye con una síntesis de los resultados de la investigación de doctorado de Quinua, y un balance de su alcance en el marco de los estudios posteriores del autor. Ante los imprevistos logísticos de Quinua y Acos, Arnold confiesa haber tenido una sensación inicial de fracaso acerca de su trabajo de campo doctoral, antes de pasar a percibirlo más bien como una exitosa investigación, que aportó con datos importantes para entender la interrelación entre producción alfarera, variables ambientales y sociales (p. 190). Efectivamente, las perspectivas abiertas por este estudio de Arnold son múltiples. En la página 188, el autor señala asimismo el concepto de “chaîne opératoire” (cadena operativa), inicialmente definido por André Leroi-Gourhan en 1964. De hecho, un estudio diacrónico y sincrónico de las cadenas operativas alfareras de la zona de Ayacucho, que incluya también análisis tecnológicos detallados y combinados de las técnicas de manufactura, acabados, tratamientos de superficie y quema, contribuiría sin duda a perpetuar el fértil legado sembrado por Arnold.