Este volumen es el resultado de un simposio efectuado en la reunión de la SAA el año 2014 en Austin, Texas. Comprende 13 capítulos que exponen investigaciones enfocadas en el estudio de los primeros habitantes del continente americano, con una amplia cobertura espacial y temática. Con el propósito de “sacudir” la perspectiva tradicional instalada desde el hemisferio norte, los capítulos están ordenados intencionadamente en un sentido sur-norte, partiendo desde investigaciones situadas en el extremo meridional del continente para llegar hasta Norteamérica, en los últimos capítulos del volumen.
El capítulo 1 se sitúa en la Patagonia argentina, donde Fabiana Martin y colaboradores efectúan nuevos análisis en el sitio de Cueva del Medio, con énfasis en los procesos tafonómicos sobre los conjuntos óseos. Los autores proponen que parte de las acumulaciones de huesos hallados en este sitio podrían ser efecto de su transporte por carnívoros y no necesariamente fruto de la acción humana. Asimismo, proponen que el registro de restos de caballo acusa una explotación de baja intensidad sobre este recurso, en oposición a interpretaciones anteriores que daban excesivo énfasis a la caza de fauna extinta.
También en Patagonia argentina, el trabajo de Nora Franco y Lucas Vetrisano (capítulo 2) se centra en el análisis de la tecnología lítica y los patrones de aprovisionamiento en el Macizo del Deseado, con énfasis en la identificación de patrones de explotación de materias primas en fases de poblamiento. En coherencia con las expectativas teóricas, identifican que los patrones de aprovisionamiento incluyen el uso de materias primas no localizadas, bajo sistemas de alto grado de transporte.
El capítulo de César Méndez y colaboradores (capítulo 3) expone una estrategia metodológica para evaluar el registro de sitios arqueológicos tempranos a cielo abierto en la Patagonia centro-occidental. La estrategia es multiescalar y contempla usar datos geomorfológicos para encontrar superficies aptas para el asentamiento durante el Pleistoceno final y Holoceno temprano, así como identificar sectores aptos para la obtención de perfiles estratigráficos.
Con el capítulo de Rafael Suárez (capítulo 4) nos movemos hacia las planicies del sudeste de Sudamérica, donde el autor sintetiza y debate los datos arqueológicos sobre los primeros pobladores del área en el contexto subcontinental. La existencia de una secuencia asociada a distintas puntas de proyectil en sitios del actual Uruguay pone en evidencia una diversidad cultural hasta hace poco insospechada para los primeros pobladores de Sudamérica, donde áreas vastamente alejadas encuentran teleconexiones que deben seguir siendo investigadas.
En el trabajo de Francisco Aceituno-Bocanegra y Antonio Uriarte (capítulo 5), nos trasladamos a las tierras tropicales del noroeste de América del Sur, donde los autores utilizan herramientas de sistemas de información geográfica para modelar rutas óptimas de poblamiento y vincular tradiciones líticas entre distintos puntos del espacio. Mediante estos análisis, se definen rutas plausibles de entrada hacia Sudamérica, en especial desde los 11,000 años 14C aP.
Guillermo Acosta-Ochoa y colaboradores (capítulo 6) nos ofrecen una síntesis crítica del conocimiento sobre ocupaciones humanas de finales del Pleistoceno y Holoceno temprano en América Central. Se plantea que el área correspondería a un espacio de convergencia de las tradiciones Cola de Pescado y Clovis, las que para los autores no poseerían vinculación genética entre sí. Proponen también que rasgos tecnológicos como la acanaladura se presentarían más tardíos en esta área en relación al resto de América.
Ciprian Ardelean y colaboradores (capítulo 7) exponen los datos de la Cueva del Chiquihuite en México, donde hallazgos preliminares sugieren asociación entre lascas, huesos de fauna moderna y dataciones de aproximadamente 30,000 aP. Se destaca sin embargo el carácter hipótetico de la asociación propuesta y la necesidad de ampliar las evidencias para confirmarla, mostrando así una actitud contrastante con aquella de aceptar acríticamente supuestas asociaciones, común en los discursos y modelos de la prehistoria de cazadores-recolectores en México.
Thomas Williams y colaboradores (capítulo 8) se centran en describir y a la vez situar en un contexto global los componentes líticos Clovis y anteriores a Clovis del sitio Gault, ubicado en el centro-sur de Norteamérica. Se efectúa un detallado análisis tecnológico de estos componentes, comparando con contrapuntos contemporáneos de Norte y Sudamérica. Se concluye un panorama tecnológico más diverso que lo hasta ahora reconocido para las ocupaciones tempranas en el continente.
Continuando en Norteamérica, el trabajo de Ashley Lemke y John O’Shea (capítulo 9) dirige la mirada hacia la región de los Grandes Lagos, donde los autores llevan a cabo un estudio subacuático de lo que fue un corredor terrestre entre dos cuerpos lacustres a fines del Pleistoceno. El estudio se centra en identificar y caracterizar estructuras para la caza de caribúes, lo que les lleva a plantear un modelo de ocupación estacional de un área que habría mantenido las condiciones ambientales y culturales de un “reducto” de la época glacial.
En el capítulo 10, J. M. Adovasio y David Pedler ofrecen una síntesis de los registros anteriores a Clovis en Norteamérica, incorporando desde los clásicos hasta los más recientes e incluyendo contextos sumergidos del Atlántico. Los autores hacen notar la importante diversidad tecnológica y de patrones de subsistencia de estas poblaciones anteriores a la expansión Clovis.
En el capítulo 11, Michael Shott realiza un muy detallado análisis de las asociaciones entre herramientas líticas y huesos de proboscidios en el Medio Oeste de Norteamérica, discutiendo los factores tafonómicos que pueden llevar a interpretaciones equívocas sobre la asociación entre humanos y proboscidios. En este contexto, desarrolla una muy interesante discusión en torno a la teoría de la sobrematanza de la fauna pleistocénica, sopesando los diferentes argumentos y evidencias a favor y en contra.
El trabajo de Theodore Schurr (capítulo 12) se centra en las evidencias genéticas humanas de América y Siberia para poner en discusión las denominadas “grandes preguntas” sobre las primeras poblaciones de América: lugares de origen, antigüedad de linajes, diversidad poblacional y rutas de migración. Los datos apuntan a poblaciones anteriores a Clovis con alta diversidad genética, las cuales “incuban” esta diversidad en Beringia antes de su expansión en América, alrededor de 25,000-20,000 aP.
El volumen es cerrado (capítulo 13) por la revisión crítica que hace Tom Dillehay a los capítulos anteriores, la cual es organizada en torno a variados ejes temáticos, tales como problemas de muestreo, uso de cuevas y aleros, expectativas para depósitos más antiguos, adaptaciones específicas a hábitats y recursos, diversidad cultural y puntas de proyectil. Dillehay hace un agudo y autorizado recorrido por estos temas, haciendo alcances a los textos que componen el volumen mientras va ofreciendo sus propias reflexiones.
En su conjunto, el volumen editado por Suárez y Ardelean constituye un aporte muy relevante para la arqueología de los primeros habitantes de América, demostrando el valor de poner juntos trabajos que ofrezcan miradas desde variados puntos del continente y equilibrando los aportes desde ambos hemisferios. Recomiendo su lectura a estudiantes de arqueología y a investigadores interesados en los primeros poblamientos y en la arqueología de cazadores-recolectores de América.