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El Complejo Minero prehispánico San José del Abra: Arqueobotánica y redes de abastecimiento de una mina incaica en el Collasuyu

Published online by Cambridge University Press:  15 November 2021

Magdalena García B.*
Affiliation:
Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas, Universidad de Tarapacá, Arica, Chile
Eliana Belmonte Schwarzbaum*
Affiliation:
Departamento de Biología, Universidad de Tarapacá, Arica, Chile
Diego Salazar S.*
Affiliation:
Departamento de Antropología, Universidad de Chile, Ñuñoa, Santiago, Chile
Ale Vidal Elgueta*
Affiliation:
Escuela de Antropología, Pontificia Universidad Católica de Chile, Macul, Santiago, Chile
Paulina Corrales E.*
Affiliation:
Investigadora independiente, Las Condes, Santiago, Chile
Rights & Permissions [Opens in a new window]

Abstract

En este artículo se dan a conocer los resultados de la investigación arqueobotánica realizada en el distrito minero San José del Abra, en el norte de Chile. Esta mina, tras ser explotada inicialmente durante el período Intermedio tardío, fue incorporada posteriormente al Tawantinsuyu, produciéndose una reorganización e intensificación de la producción minera. Las excavaciones realizadas en el campamento Inkawasi-Abra permitieron recuperar una amplia diversidad de restos vegetales provenientes de distintos ecosistemas y pisos ecológicos de la región, los cuales cumplieron roles primordiales al interior del espacio habitacional. Por una parte, sustentaron la subsistencia de los mitayos atacameños, incluyendo alimentación, combustible y materias primas, y por otra, formaron parte de contextos ceremoniales y de preparación de alimentos de carácter comunal relacionados al comensalismo político, las relaciones de reciprocidad y la ritualidad minera. Gran parte de las plantas analizadas provienen de las quebradas y oasis atacameños, incluyendo productos agrícolas, chañar (Geoffroea decorticans) y algarrobo (Prosopis sp.), sumado a otras plantas silvestres y domesticadas provenientes de ambientes puneños, valles bajos y la costa pacífica. Lo anterior permite dibujar el mapa de relaciones y redes de abastecimiento de la mina durante el período incaico, así como aportar al conocimiento de los mineros que sustentaron la producción en San José del Abra.

This article presents the results of archaeobotanical research carried out in the San José del Abra mining district in northern Chile. This mine, after initially being exploited during the Late Intermediate period, was later incorporated into Tawantinsuyu, leading to a reorganization and intensification of mining production. The excavations carried out at the Inkawasi-Abra camp recovered a wide diversity of plant remains from different ecosystems and ecological zones of the region, which played essential roles within the living space. On the one hand, they provided the Atacameño mitayos with food, fuel, and raw materials. On the other hand, they were part of communal ceremonial and food preparation contexts related to political commensalism, reciprocal relationships, and mining rituals. Most of the analyzed plants come from the Atacameño streams and oases, including agricultural products, chañar (Geoffroea decorticans), and carob tree (Prosopis sp.), as well as wild and cultivated plants from puneño environments, low valleys, and the Pacific coast. These results allow us to map relationships and supply networks for the mine during the Inca period, as well as contributing to our knowledge of the miners who carried out the production in San José del Abra.

Type
Article
Copyright
Copyright © The Author(s), 2021. Published by Cambridge University Press on behalf of the Society for American Archaeology

A inicios del siglo quince, los incas comenzaron una rápida y efectiva expansión a lo largo de los Andes, logrando en pocas décadas consolidar el imperio más grande de la América precolombina: el Tawantinsuyu. Conforme el imperio se expandía, se fue incrementando la demanda sobre la producción de las comunidades locales, lo que generó una importante reorganización de las fuerzas de trabajo, las que debieron dedicar mayor tiempo y energía a las labores estatales, así como también una mayor especialización hacia algunas actividades que eran fundamentales para el Tawantinsuyu, tales como la producción de maíz, la elaboración de tejidos, la infraestructura vial y ceremonial, y la minería (D'Altroy Reference D'Altroy2015; Morris Reference Morris, Henderson and Netherly1993; Murra Reference Murra1989).

La contribución de las comunidades locales a la economía política del Tawantinsuyu fue fundamental para sostener y reproducir el estado. La movilización de esta fuerza de trabajo se materializó fundamentalmente por medio de instituciones preincaicas tales como la mit'a y la mitmaq (Alberti y Mayer Reference Alberti, Mayer, Alberti and Mayer1974; Murra Reference Murra1989). A partir de estas instituciones se lograron notables procesos de intensificación económica en las provincias del imperio, asociados a una infraestructura capaz de almacenar y redistribuir los excedentes eficientemente (Morris Reference Morris, Henderson and Netherly1993), así como a un sistema socio-religioso que potenció la ritualidad como parte integral de los procesos productivos (D'Altroy Reference D'Altroy2015).

Antes de 1450 dC, las regiones de Tarapacá y Atacama (Chile) ya se encontraban bajo dominio incaico, formando parte del Collasuyu (Adán y Uribe Reference Adán and Uribe2005; Berenguer Reference Berenguer, Nielsen, Clara Rivolta, Seldes, Vásquez and Mercolli2007; Raffino Reference Raffino1981; Uribe y Sánchez Reference Uribe, Sánchez, Falabella, Uribe, Sanhueza, Aldunate and Hidalgo2016). Diversos autores concuerdan que uno de los intereses principales del estado incaico en este territorio fue la minería, sobre todo del cobre (Adán y Uribe Reference Adán and Uribe2005; Berenguer Reference Berenguer, Nielsen, Clara Rivolta, Seldes, Vásquez and Mercolli2007; Llagostera Reference Llagostera1976; Raffino Reference Raffino1981). En efecto, la actividad minera fue uno de los aspectos donde más claramente se advierten las profundas transformaciones impuestas por la administración estatal en Atacama. El estado incorporó y reorganizó la vasta experiencia local, tanto minera como metalurgista, para generar excedentes que permitieron abastecer la economía política del Tawantinsuyu (Núñez Reference Núñez and Lechtman2006; Salazar y Salinas Reference Salazar, Salinas, Cruz and Vacher2008; Zori Reference Zori and Costin2016).

Antes de la llegada de los incas, existía en Atacama una larga tradición minera vinculada con una producción metalúrgica, lapidaria y pigmentaria (Figueroa et al. Reference Figueroa, Salazar, Salinas, Núñez-Regueiro and Manríquez2013), que abasteció una creciente demanda regional e interregional de bienes suntuarios, ornamentos e instrumentos. Minerales de cobre también circularon y fueron ofrendados en forma de pequeños fragmentos de roca triturada, polvo y pigmento (Berenguer Reference Berenguer2004; Núñez y Castro Reference Núñez and Castro2011; Pimentel et al. Reference Pimentel, Ugarte, Gallardo, Blanco and Montero2017). La explotación y uso de los minerales de cobre deben ser entendidos en el marco de una ontología compartida en los Andes, donde los minerales son considerados entidades vivas, en tanto se crían, riegan y crecen, compartiendo un lenguaje común con las plantas (Bouysse-Cassagne Reference Bouysse-Cassagne2004; González Holguín Reference González-Holguín1952 [1608]:581; Zori Reference Zori and Costin2016). Los cerros son criaderos de minerales y las vetas, al ser adoradas, aumentan su poder genésico y fertilizador (Platt et al. Reference Platt, Thérèse and Harris2006). Por medio de estas prácticas, los mineros mezclan su trabajo con la naturaleza y se conectan con las wakas de los cerros, quienes son los dueños del mineral y controlan la fertilidad minera (Cruz Reference Cruz and Presta2013). En este sentido, existe una agencialidad compartida entre humanos y no humanos, por medio de comensalismos y relaciones de reciprocidad que generan las condiciones propicias para el trabajo minero.

Importantes distritos minero-metalúrgicos en el actual norte de Chile, tales como Huantajaya, Tarapacá, Collahuasi, El Abra, Conchi Viejo y Cerro Verde, muestran que la producción minero-metalúrgica local pasó a estar bajo control incaico a contar del siglo quince, y en varios de ellos existen claras evidencias de la dimensión ritual de los procesos productivos (Figueroa et al. Reference Figueroa, Salazar, Salinas, Núñez-Regueiro and Manríquez2013, Reference Figueroa, Mille, Salazar, Berenguer, Menzies, Sapiains, Cifuentes and Joly2018; Salazar Reference Salazar2008; Salazar, Berenguer y Vega Reference Salazar, Berenguer and Vega2013; Zori Reference Zori and Costin2016). Bajo dominio incaico, estos distritos experimentaron un significativo aumento en los volúmenes de producción, lo que planteó un importante desafío al aparato estatal, en términos de la logística y organización de la producción. Como en muchas otras partes del mundo, los yacimientos mineros en Tarapacá y Atacama suelen emplazarse en lugares intersticiales, desérticos y montañosos, generalmente a varios días de marcha de los oasis donde se encuentran los principales nodos de población prehispánicos y sus áreas de producción agropastoril. Esto indica que el funcionamiento de las minas necesariamente requirió de un abastecimiento extralocal, propiciando el surgimiento de sistemas productivos integrados a nivel regional (Berenguer y Salazar Reference Berenguer and Salazar2018; Llagostera Reference Llagostera1976). Los bienes y recursos necesarios para la subsistencia y reproducción económica y cultural de los mineros se obtuvieron a partir de excedentes generados por terceros, quienes también debieron ser incorporados a las redes del Estado, ya sea en la misma región o en otros lugares más distantes. La documentación etnohistórica y diversos casos arqueológicos en los Andes indican que el Estado era el responsable de la provisión de los enclaves mineros bajo su administración (Cantarutti Reference Cantarutti, Tripcevich and Vaughn2013; Salazar Reference Salazar2008; Zori Reference Zori and Costin2016). No obstante, las modalidades específicas de aprovisionamiento dependieron sin duda de diversas consideraciones geográficas, demográficas y sociotécnicas, entre otras (Zori Reference Zori and Costin2016); y de allí sale la importancia de documentar arqueológicamente los entramados específicos de la organización de la producción minera en las diversas provincias del Tawantinsuyu.

En este trabajo discutimos acerca de los recursos vegetales movilizados por el Tawantinsuyu para asegurar el funcionamiento del Complejo Minero San José del Abra, ubicado en las tierras altas del desierto de Atacama, en la subregión del Alto Loa (Figura 1). Su funcionamiento dependió de una red diversificada de abastecimiento local y extralocal, que requirió a su vez del despliegue de diversas prácticas sociales y económicas.

Figura 1. Ubicación del Complejo Minero San José del Abra, en el norte de Chile (mapa elaborado por Paulina Corrales). (Color en la versión electrónica)

La arqueobotánica tiene un potencial enorme para aportar a la comprensión del abastecimiento de los enclaves mineros incaicos, ya que las plantas señalan múltiples rubros y lugares de proveniencia. En este sentido permiten dibujar el mapa de relaciones de los sitios mineros con otras zonas de producción y documentar diversas prácticas sociales, tales como la alimentación de los mineros, el uso de combustible, las materias primas necesarias para la característica ergología minera andina (Figueroa et al. Reference Figueroa, Salazar, Salinas, Núñez-Regueiro and Manríquez2013), e incluso la movilización de las agencias no humanas mediante el uso de vegetales en ofrendas rituales y sahumerios.

Caracterización del área de estudio

El Complejo Minero San José del Abra está ubicado a 40 km al noreste del actual mineral de Chuquicamata y 25 km al oeste del curso superior del Río Loa, en la región de Antofagasta, Chile. Ocupa un espacio de más de 3.000 ha, entre los 3.800 y 4.000 msnm, entre los faldeos y quebradas de la Cordillera del Medio, un cordón montañoso longitudinal que separa la región del Alto Loa de las estribaciones más meridionales de la Pampa del Tamarugal. Se trata de un paisaje accidentado y semidesértico, dominado por arbustos (t'ula o tolas), gramíneas en champa (pajas) y yaretas (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004). Al interior del distrito minero destacan las quebradas de Casicsa, Gatarce e Ichuno que drenan hacia la cuenca mayor dominada por la quebrada Pacopaco, la que finalmente desemboca en la pampa de Chuquicamata. En tanto, las quebradas de Quinchamale, La Isla, Lagarto, Millo y El Potrero drenan hacia el oriente, atravesando una serie de pampas áridas para luego desembocar el cajón del Río Loa, entre Santa Bárbara y el sector de Los Encuentros-Angostura de Conchi (Figura 1).

Los cuerpos de agua conocidos para la zona lo constituyen las aguadas, distribuidas tanto en el sector de Conchi como en El Abra y sus alrededores. Se han registrado alrededor de diez aguadas, las cuales son fuentes de agua para consumo humano y animal, así como de forraje para los animales. Hasta hace pocos años, éstas eran aprovechadas por los pobladores de Conchi Viejo, y si bien se han ido secando en las últimas décadas, debieron ser ecosistemas fundamentales para el funcionamiento del Complejo Minero San José del Abra.

A diferencia de las aguadas, la vegetación zonal que crece en pampas y cerros es enteramente dependiente de las lluvias de verano. En el área de estudio se encuentran representados los pisos vegetacionales puneño o tolar (3.100-3.900 msnm) y altoandino o pajonal (3.900-4.400 msnm). La mayor diversidad y abundancia de especies se encuentra hacia los 3.800 msnm, en la transición tolar-pajonal, donde las lluvias estivales (diciembre-febrero) son abundantes y la altitud es relativamente moderada (Villagrán et al. Reference Villagrán, Castro and Sánchez1998). Las especies dominantes al interior del distrito minero corresponden a lejía (Baccharis tola), copa copa (Artemisia copa) y ojalar (Atriplex imbricata), entre otros arbustos (Cade-Idepe Consultores 2004; Illanes y Asociados 2005), los cuales tienen diversos usos etnobotánicos, principalmente como medicina y forraje (Villagrán et al. Reference Villagrán, Castro and Sánchez1998; Tabla Suplementaria 1).

En el área de estudio destaca también un grupo de plantas arbustivas, resinosas y aromáticas que se denominan k'oa, del cual derivan otros nombres, según la región: coya, coba, coa hembra, chachakoa y koa-Santiago, entre otros (García et al. Reference García, Gili, Echeverría, Belmonte and Figueroa2018; Jofré Reference Jofré2013; Lecoq Reference Lecoq1987; van Kessel Reference van Kessel1974; Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004; Villaseca Reference Villaseca2000). Estos nombres vernaculares refieren al menos a cinco taxa (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004), entre las cuales Fabiana denutada, Fabiana squamata, Parastrephia quadrangularis y Parastrephia teretiuscula han sido reportadas al interior del distrito minero (Illanes y Asociados 2005). De acuerdo con los autores anteriormente citados, estas plantas se usan en forma de sahumerio en contextos ceremoniales, medicinales y terapéuticos. El humo de la k'oa es comida para los cerros y la Pachamama, potenciando la fertilidad de los pastos, cultivos y ganado (García et al. Reference García, Gili, Echeverría, Belmonte and Figueroa2018; Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004). También se usa en agosto, mes de la tierra, así como también antes de emprender un viaje, de modo que éste sea exitoso (Lecoq Reference Lecoq1987). En el Alto Loa, un habitante de Lequena señala “cuando voy a viaje … pa pagar la tierra … se paga con coba. La Pachamama, la santa tierra, ésa se pasa nombrando en el camino” (Nicolás Aymani, en Villaseca Reference Villaseca2000:203).

Finalmente, están las hierbas anuales o pastos de lluvia que proveen un forraje fundamental para el ganado, y cuyo ciclo es orientador de la movilidad del pastoreo tradicional. Hasta mediados del siglo veinte, cuando las precipitaciones eran abundantes, los pastores movilizaban su ganado a la alta puna (sobre los 3.800 msnm) para aprovechar estas praderas de secano, donde ocupaban asentamientos secundarios, tipo refugios, asociados a los pastos de lluvia (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro1997; Villaseca Reference Villaseca2000). Bajo este esquema de movilidad se podría inferir un uso estacional de El Abra, asociado al pasto de lluvia que crece y madura durante la estación húmeda y posterior a ésta, considerando que durante la estación fría y seca, los pastores históricos y contemporáneos permanecen en las quebradas.

Arqueología del Complejo Minero San José del Abra

Si bien las fuentes documentales sugieren que bajo el imperio incaico la minería del cobre estuvo principalmente en manos de autoridades y comunidades locales, lo cierto es que existe abundante evidencia arqueológica en el norte de Chile acerca del control directo ejercido por el Estado inca en la producción de diferentes minerales de cobre, incluida la turquesa (Cantarutti Reference Cantarutti, Tripcevich and Vaughn2013; Zori Reference Zori, Covey and Alconini2018). El Complejo Minero San José del Abra fue uno de tales enclaves, el cual reorganizó un sistema minero preincaico a cargo de grupos atacameños (Núñez Reference Núñez1999, Reference Núñez and Lechtman2006; Salazar Reference Salazar2008; Salazar, Berenguer y Vega Reference Salazar, Berenguer and Vega2013). La intervención y reorganización estatal produjo un notable incremento en la producción minera, el cual se advierte arqueológicamente en la aparición de nuevos sitios en la zona, pero sobre todo en el aumento significativo en el tamaño y densidad de los mismos, incluyendo los piques mineros y sus desmontes asociados (Salazar y Salinas Reference Salazar, Salinas, Cruz and Vacher2008; Salazar, Berenguer y Vega Reference Salazar, Berenguer and Vega2013; Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013).

Son seis los principales sitios arqueológicos que conforman el Complejo Minero, los que se distribuyen en un área de aproximadamente 24 ha al interior de la quebrada Casicsa (Núñez Reference Núñez1999; Salazar Reference Salazar2008). Los sitios incluyen el campamento minero Inkawasi-Abra (AB-36), una mina indígena compuesta por varios piques y operaciones menores (AB-22/39), senderos y otras estructuras pircadas que habrían servido como bodegas, áreas de carga y descarga de animales, chancado de minerales y prácticas rituales, entre otras posibles funciones (AB-37, AB-38, AB-40 y AB-48). Una serie de sitios arqueológicos en las quebradas adyacentes cumplieron funciones de apoyo logístico a las actividades productivas del Complejo Minero, destacándose los sitios AB-44, Ichunito y AB-73, cada uno localizado junto a una aguada y/o una pequeña vega.

Las transformaciones en la escala de la producción que documentan los sitios del Abra no refieren a cambios en la tecnología de explotación, ya que ésta se mantiene inalterada entre un período y otro (Salazar y Salinas Reference Salazar, Salinas, Cruz and Vacher2008). En este sentido, es claro que el Estado aprovechó la vasta experiencia de las poblaciones atacameñas en el rubro, pero generó transformaciones en la organización del trabajo, de modo de disponer de mayores contingentes de trabajadores, y/o requerir una mayor dedicación o exclusividad de estos en las faenas productivas (Salazar Reference Salazar2008; Salazar, Berenguer y Vega Reference Salazar, Berenguer and Vega2013). Mantener a este contingente de personas en un territorio con nulas posibilidades de producción agrícola, y mediana capacidad de carga pastoril fue, como ya señalamos, un importante desafío para la administración estatal.

El campamento Inkawasi-Abra (Figura 2) presenta los depósitos arqueológicos más densos del Complejo Minero, y por ende es allí donde se han concentrado las excavaciones, que alcanzan a cubrir casi 125 m2. El campamento se compone de cinco conjuntos arquitectónicos que suman alrededor de 40 estructuras pircadas, las cuales presentan depósitos entre 20 y 30 cm de profundidad (Núñez Reference Núñez1999; Salazar Reference Salazar2008). El Conjunto A se emplaza al lado oeste de la quebrada y corresponde al sector incaico del sitio, mientras que al lado este se encuentra el área habitacional de la población local (Conjuntos B y D) y una vía de circulación que desemboca en un espacio público o plaza (Conjunto C) ubicada entre los conjuntos anteriores. La presencia de cerámica inca local e inca provincial en los distintos sectores del sitio, así como un total de 15 fechados radiocarbónicos, sitúan la construcción y uso del campamento durante el período Tardío, siendo los distintos sectores del sitio contemporáneos entre sí. No hay contextos preincaicos confirmados, aunque si se han identificado reocupaciones en época colonial. No obstante, estas son espacialmente acotadas y su potencial aporte al registro arqueobotánico del sitio es minoritario.

Figura 2. El campamento Inkawasi-Abra. (a) Vista general; (b) plano del sitio (imagen de Diego Salazar). (Color en la versión electrónica)

Los Conjuntos B y D muestran estructuras habitacionales con presencia de sectores destinados a actividades de cocina, según revelan los potentes fogones asociados a huesos de animales y fragmentos de ollas de cerámica. En el Conjunto A también se han detectado contextos de preparación de alimentos, pero que han sido interpretados previamente como de carácter comunal (comensalismo político), debido a la mayor extensión y densidad de los depósitos en comparación con los contextos culinarios identificados en los Conjuntos B y D (Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013). No obstante, en todos los conjuntos las evidencias arqueofaunísticas son muy similares, dominadas en más de 95% por restos de camélidos, tanto silvestres como domesticados.

Material y método

Registro de los restos arqueobotánicos

El material arqueobotánico analizado incluye un amplio universo de restos compuesto por fragmentos de madera, carbón, frutos, semillas, espinas, inflorescencias, hojas y raíces. La mayor parte de ellos se encontró en buen estado de conservación, generalmente deshidratados y carbonizados. El material fue obtenido directamente a través de harneros con mallas de 3 mm, así como a partir de muestras de sedimentos tratadas por medio de la técnica de flotación (Tabla Suplementaria 2). Los restos botánicos fueron observados bajo lupa binocular con aumentos de 7× a 40× y analizados morfométricamente. La identificación taxonómica se realizó utilizando bibliografía botánica y arqueológica, y comparando las evidencias con ejemplares actuales de referencia (colecciones personales de las autoras). Se observaron rasgos de la morfología externa de las plantas, incluyendo tamaño, color y textura, entre otros. Parte de la muestra quedó sin identificar, producto de su estado de conservación, la falta de elementos diagnósticos o por el desconocimiento de los taxa. Los elementos discretos, tales como frutos y semillas, fueron contabilizados (N). Para los elementos no discretos (i.e., tallos, madera, carbón), sus fragmentos fueron cuantificados y pesados con una pesa de alta precisión. La cuantificación general se llevó a cabo por taxón para evitar los sesgos que conlleva la cuantificación de totales que incluyen distintos taxa, esto considerando que hay plantas que producen mayor cantidad de carporrestos con respecto a otras, o que la parte de la planta utilizada, no necesariamente sea el fruto o la semilla (Bruno et al. Reference Bruno, Capparelli, Planella, Belmar and Lema2015). Por otra parte se registraron dos tipos de artefactos elaborados en materias primas vegetales. Para aproximarnos a sus funciones y cadena operativa se consignó morfología, tamaño, materia prima, huellas de manufactura y/o uso de cada uno de ellos.

Con la finalidad de identificar y otorgar filiación taxonómica a un fragmento carbonizado de tallo con hojas imbricadas proveniente de una quema ritual asociada al Conjunto A, se realizó un estudio comparativo de estructuras vegetativas con microscopio estereoscópico y con microscopio electrónico de barrido (MEB). Se comparó la morfología epidérmica foliar de la muestra arqueológica, contrastando con hojas de plantas silvestres resinosas del matorral puneño que forman parte del ambiente natural actual del área de estudio (Texto Suplementario 1).

Análisis de datos

Conforme a los objetivos de la investigación, una vez determinadas las muestras, el análisis segregó dos grupos principales. Las plantas del Grupo 1 (G1) refieren a los taxa que crecen al interior del área de estudio —es decir, plantas de la puna propias de ambientes zonales (aproximadamente 3.100-4.400 msnm) y de las aguadas aledañas (ambientes azonales). Las plantas del Grupo 2 (G2) corresponden a los taxa que crecen fuera del área de estudio, referidos a los ambientes de oasis y quebradas atacameñas. Se incluye en este último grupo un resto de alga marina recuperada de Inkawasi-Abra.

Para analizar la distribución intrasitio, comparamos los diferentes tipos de evidencia (partes de la planta) y taxa representados en los conjuntos arquitectónicos del sitio (Conjuntos A, B, C y D). Se utilizaron las herramientas estadísticas V de Cramer (Barceló Reference Barceló2006), así como un índice de densidad, para evaluar si el conjunto de taxa presente en cada grupos arquitectónico tiene una significación estadística, para dar cuenta de formas de uso diferenciales del espacio.

El estadístico V de Cramer se utilizó para medir la intensidad de una relación entre dos variables escogidas. En nuestro caso se escogió la variable espacial, representada por los Conjuntos A, B, C y D, que es la variable causal de la relación. La segunda variable es la riqueza y abundancia de los taxa. V de Cramer es un estadístico que varía entre 0 y 1, donde 0 indica una ausencia de relación y 1 es una máxima relación. El V de Cramer es una corrección que se puede aplicar al chi cuadrado (X 2). Su fórmula es:

$$V = {\rm \;}\sqrt {\displaystyle{{X^2} \over {N-m}}} $$

N es el número total de observaciones, y m es el menor valor de las filas-1 y de las columnas-1.

Por su parte, el índice de densidad (ID) se obtuvo a partir de la división entre el número de elementos de cada taxón por los metros cúbicos (m3) excavados en cada conjunto (N/m3). Este índice permite comparar la abundancia de taxa cuando los metros excavados son diferentes.

Plantas identificadas en el contexto arqueológico

Se identificaron un total de 18 taxa, entre las cuales distinguimos dos grupos: Grupo 1 se refiere a las plantas silvestres de ambientes zonales (pisos vegetacionales) y azonales (aguadas o vegas), y pueden ser obtenidas en zonas aledañas al distrito minero. El Grupo 2 se refiere a plantas que no pueden ser obtenidas al interior del distrito minero (Tabla Suplementaria 3).

Grupo 1: Plantas de puna y aguadas aledañas

Corresponde a los restos de plantas que crecen al interior del distrito minero. Se incluyen especies que crecen en los pisos tolar (3.100-3.900 msnm) y pajonal (3.900-4.400 msnm), así como en las aguadas. Corresponden a restos de arbustos, cactáceas, pastos de lluvia (hierbas anuales), hierbas perennes y plantas de humedal. Dentro de este grupo distinguimos restos antrópicos (G1-1) de los restos botánicos postdepositacionales (G1-2). Estos últimos corresponden a semillas pertenecientes a las familias Poaceae, Asteraceae y Chenopodiaceae, así como semillas y bulbos indeterminados los cuales fueron asignados a los tipos 1 al 8 (Tabla Suplementaria 4). Estos elementos plantean serias dudas en relación con su proveniencia, ya que se trata de semillas muy pequeñas y de fácil dispersión por acción del viento, incluyendo los taxa que crecen al interior del sitio en la actualidad (Atriplex sp., Chenopodium sp., Cisthante sp.) e incluso en los recintos excavados. Además, no presentan huellas de carbonización ni otra evidencia de procesamiento o acción antrópica, y están presentes indistintamente en las diversas capas excavadas, no siendo posible identificar un patrón en relación con su distribución estratigráfica. Por estas razones, y asumiendo un criterio conservador, dichos taxa se consideraron de ingreso natural al sitio.

Las plantas consideradas de indudable origen arqueológico (G1-1) corresponden a diversos tipos de restos de cactáceas, semillas de Schoenoplectus sp. y tallos de P. quadrangularis identificados a partir del uso del MEB. A ello se suman abundantes restos de madera arbustiva (200 g) y altas cantidades de carbón (400 g) no determinados específicamente. Los restos de cactáceas incluyen fragmentos de madera, carbón, espinas y semillas. Por su morfología externa, estos restos podrían corresponder a Echinopsis atacamensis, una cactácea columnar que se distribuye en la región entre los 3.200 y 3.500 msnm, en el entorno del pueblo de Conchi Viejo, a unos 10 km del sitio, la cual fue drásticamente explotada en tiempos históricos. El cardón posee múltiples usos documentados, principalmente su madera para la construcción, sus espinas para elaborar agujas para tejer y sus frutos, llamados pasakana, como alimento (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004; Villagrán et al. Reference Villagrán, Castro and Sánchez1998). En la muestra arqueobotánica se registraron dos semillas, madera, espinas y agujas afines a esta especie. Las primeras señalan el ingreso de los frutos al campamento, cuya maduración se produce en los meses posteriores a las lluvias (marzo-mayo). Considerando la distancia que existe entre el lugar de crecimiento del cactus respecto al sitio, consideramos que su ingreso al contexto no se debe a factores naturales, sino que los frutos debieron ser traídos al campamento. Las agujas son dos y están incompletas; una de ellas corresponde al extremo perforado (diámetro 1,5 mm) y la otra corresponde al extremo apuntado. Estas evidencias complementan los hallazgos previos realizados en el sitio, que incluyen una aguja y dos torteras de cerámica (Salazar Reference Salazar2008), así como artefactos de hueso vinculados con la hilandería y trabajo de fibras (Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013), señalando que al interior del campamento se encuentran representadas distintas etapas de la cadena operativa de artefactos ligados a la textilería (Figura 3).

Figura 3. Plantas de origen local. (a y b) Agujas de espina de cactus; (c) madera de cactus (aff. E. atacamensis); (d) semillas de Schoenoplectus sp. (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Schoenoplectus sp. es un género de plantas acuáticas abundante en los oasis del desierto de Atacama, conocido como unquillo (Figura 3d). La presencia de semillas en el sitio señala el ingreso de sus tallos con inflorescencias desde las aguadas. Etnográficamente, estas plantas son ampliamente reconocidas en la confección de artesanías, específicamente cordelería, cestería y esteras (Villagrán y Castro 1998). Esto es relevante considerando la importancia que tiene esta materia primera para la elaboración de cordelería, cestería y amarras, los cuales son utilizados en distintos artefactos que forman parte de la ergología minera prehispánica (Figueroa et al. Reference Figueroa, Salazar, Salinas, Núñez-Regueiro and Manríquez2013).

P. quadrangularis está representada a partir de pequeños fragmentos semicarbonizados que fueron identificados y analizados bajo la técnica de morfología comparada en el MEB (Texto Suplementario 1). Si bien las hojas actuales de esta especie son densamente tomentosas, este rasgo está ausente en el fragmento arqueológico, por la carbonización (Figura 4). P. quadrangularis es descrita como un arbusto resinoso y aromático abundante en la transición de los pisos tolar y pajonal (aproximadamente 3.900 msnm). Se denomina chacha, chachakoa, koa hembra, y forma parte del grupo de las k'oas. La presencia de chacha en Inkawasi-Abra es muy sugerente porque fue recuperada de la única estructura habitacional del Conjunto A (sector incaico), probablemente de las personas que administraron y supervisaron el funcionamiento del Complejo Minero. Sus características arquitectónicas, emplazamiento dentro del sitio, la asociación a fragmentos de cerámica inca provincial que no se encuentran en otros sectores del asentamiento, así como un reservorio de metal de cobre de alta pureza sin alear, fundamentan la interpretación anterior. Los restos de chacha provienen de fogones tipo cubeta ubicados en el centro de dicha estructura, pero bajo el piso ocupacional de la misma (Figura 4), por lo que podría tratarse de quemas fundacionales vinculadas a la construcción de este espacio, ya que no se les encuentra en los restantes recintos habitacionales excavados en el sitio. Lo anterior refuerza el rol ceremonial que habría estado cumpliendo esta planta, que pudo ser quemada como sahumerio, pudiendo también contribuir a potenciar la fertilidad de la veta.

Figura 4. Tallos carbonizados de P. quadrangularis. (a y b) Fogón en cubeta, Estructura A5 (imágenes de Cesar Borie); (c) cara abaxial (envés) de la muestra arqueológica, mostrando ausencia de estomas en la zona apical, los que se concentran en el tercio medio (MEB 200×); (d) cara adaxial de hoja completa del fragmento arqueológico, mostrando ausencia de estomas (MEB 80×); (e) cara abaxial (envés) de la muestra arqueológica, mostrando abundantes estomas concentrados en el tercio medio de la lámina foliar (MEB 500×) (imágenes de Bernardo Arriaza); (f) muestra arqueológica bajo lupa binocular (40×); (g) muestra arqueológica (derecha) y muestra actual de referencia de P. quadrangularis (izquierda) (imágenes de Magdalena Garcìa). (Color en la versión electrónica)

Completan el Grupo 1 los restos de maderas arbustivas, raíces leñosas y carbón cuya identificación específica requiere de análisis futuros. No obstante, se trata de maderas en general duras, probablemente arbustivas vinculables con la formación del Tolar. Dentro del conjunto maderero analizado, podría estar representada la especie B. tola (lejía), considerando que ésta es dominante en el área de estudio (Cade-Idepe 2004; Illanes y Asociados 2005) y las investigaciones etnobotánicas la señalan como una de las pocas tolas que proporciona buena leña para cocinar, además de tener uso medicinal, entre otros (Villagrán et al. Reference Villagrán, Castro and Sánchez1998; Tabla Suplementaria 1).

Grupo 2: Plantas de oasis, valles y quebradas

Este grupo refiere a las plantas que no crecen ni pueden ser obtenidas en el área de estudio y por lo tanto no están disponibles al interior del distrito minero (Tabla Suplementaria 5). En primer lugar, los carozos y semillas de G. decorticans (chañar) suman más de mil unidades, mientras que los restos de Prosopis sp. (algarrobo) suman alrededor de 400 endocarpios (Figura 5). Estas altas frecuencias señalan el importante rol que cumplieron estos alimentos en la faena minera, los cuales además son de fácil transporte, tienen alta durabilidad y capacidad nutritiva, y pueden ser usados en diversas preparaciones. De acuerdo con las investigaciones etnobotánicas, ambos frutos pueden ser consumidos frescos; no obstante, también pudieron haber sido procesados para múltiples platos. El chañar puede ser remojado, tostado y/o hervido, mientras que las vainas de algarrobo se trituran en morteros para casi todas sus preparaciones (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004). La ausencia de implementos de molienda al interior del sitio supone que los restos de algarrobo analizados constituyen desechos derivados de su consumo fresco o remojado, aunque no se descarta que paralelamente haya ingresado también en forma de harina.

Figura 5. (a y b) Carozos de chañar (G. decorticans); (c y d) endocarpios de algarrobo (Prosopis sp.) (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Destaca una variedad de cultivos bien conservados (Figura 6), algunos de ellos carbonizados, que fueron identificados como Zea mays (maíz), Chenopodium quinoa (quinua), Lagenaria siceraria (calabaza), Cucurbita sp. (zapallo) y Capsicum annum (ají). Las evidencias analizadas muestran distintos indicadores de procesamiento y consumo in situ, por lo tanto no se trata de productos en estado de almacenamiento. Por ejemplo, la carbonización o fragmentación de los restos denotan estas actividades. Las vainas de algarrobo son casi inexistentes, salvo un fragmento, siendo los endocarpios el elemento mayormente registrado, referido a desechos de consumo en cualquiera de sus preparaciones. De similar forma, el chañar está presente sólo a partir de sus carozos, completos y fragmentados, carbonizados y desecados, que dan cuenta del consumo in situ de sus frutos. Otro carporresto arbóreo fue un fruto afín a Schinus molle, que presenta una morfología externa amorfa, que carece del recubrimiento de resina típico de esta especie. Evidencias arqueológicas similares se han reportado en otras regiones andinas, donde esta apariencia amorfa se asocia a hervor o remojo, como parte del procesamiento ligado a la elaboración de chicha de molle (Sayre et al. Reference Sayre, David Goldstein and Williams2012). No obstante, también podría asociarse a otro tipo de procesamiento, considerando que etnográficamente el molle se usa como medicina, por medio de sahumerios o infusión (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004). En relación con el maíz, todos los granos registrados se encuentran carbonizados, mientras que para los marlos, hay algunos disecados y otros carbonizados, todos ellos fragmentados. En el caso de los granos de Ch. quinoa, éstos fueron desaponificados y expuestos al fuego, perdiendo el pericarpio y parte de la testa (López et al. Reference López, Bruno, Teresa Planella, Belmar and Lema2015). Las semillas de ají, carbonizadas y desecadas, también son desechos de consumo, no encontrando evidencias de otras partes de esta planta.

Figura 6. Productos agrícolas. (a) Fragmento de pericarpio de calabaza (L. siceraria); (b) semilla de zapallo (Cucurbita sp.); (c y d) semillas de ají (C. annum); (e y f) semillas de quinua (C. quinoa); (g y h) marlos de maíz (Z. mays) (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Un elemento singular es la presencia de un fragmento de aerociste o flotador de Macrocystis pyrifera (huiro), un alga marina del litoral pacífico, de fácil recolección en la costa intermareal. Este hallazgo documenta relaciones con la costa a larga distancia, que se suma a la presencia de conchas de moluscos y restos ictiológicos reportados anteriormente en el sitio (Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013).

Finalmente, incluimos en G2 una preforma de cuchara (80 × 30 mm) hallada en el Conjunto A, elaborada en madera arbórea, materia prima que no está presente en el área de estudio. La pieza está incompleta, faltando parte del recipiente y del mango. El recipiente, de forma ovoidal y fondo plano (45 × 28 × 7 mm), presenta múltiples huellas de talla, siendo posible medir el ancho de la gubia con que fue tallada (4 mm). Probablemente esta cuchara fue descartada antes de ser terminada, al quebrarse el recipiente mientras era rebajado, mientras que el mango parece haberse quebrado postdepositacionalmente (Figura 7).

Figura 7. (a) Preforma de cuchara de madera arbórea; (b) fragmento de aerociste de huiro (M. pyrifera): a la izquierda, fragmento actual de referencia y a la derecha (fragmento), evidencia arqueológica; (c) posible fruto hervido o remojado de molle (Schinus molle) (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Figura 8. Abundancia de taxa en Inkawasi-Abra por conjunto arquitectónico (A, B, C y D).

Distribución intrasitio Inkawasi-Abra

En el campamento Inkawasi-Abra se definió un sector incaico (Conjunto A) y un sector local (Conjuntos B, C y D), segregados espacialmente por la quebrada Casicsa. Con el objetivo de determinar si estas diferencias se reprodujeron también en términos de las prácticas asociadas al uso de vegetales, se comparó el registro arqueobotánico proveniente de cada uno de los Conjuntos A, B, C y D. En términos de la distribución de los taxa y su ubiquidad, dejando fuera los no determinados y los determinados a nivel de familia para evitar redundancias, el Conjunto A cuenta con 13 taxa, el B con 14, el C con 3 y el D con 11. G. decorticans es el único taxón presente en los cuatro conjuntos, mientras que aff. E. atacamensis, Schoenoplectus sp., Prosopis sp., Ch. quinoa, Z. mays, C. anuum y L. siceraria están presentes simultáneamente en los Conjuntos A, B y D. El taxón P. quadrangularis es exclusivo del Conjunto A, mientras que aff. S. molle y M. pyrifera son exclusivos del Conjunto B. Por último, Cucurbita sp. está presente en los Conjuntos A y B (Figura 8).

Nuestros resultados indican un valor V de Cramer = 0,245, lo que sugiere una baja intensidad de relación entre las variables espaciales y la abundancia y riqueza de los taxa (diversidad). De tal modo, el factor causal (la variable espacial dada por los conjuntos) sólo explica alrededor del 25% de la variación de la diversidad de las especies presentes en la muestra. La variación del 25% es explicada por la casi ausencia de materiales en el Conjunto C. En otras palabras, se podría señalar que las evidencias analizadas no permiten plantear un uso/consumo diferenciado de taxa entre los Conjuntos A, B y D, aunque sí respecto al Conjunto C.

Al observar las densidades de cada evidencia por conjunto, nuevamente notamos marcadas diferencias entre el Conjunto C y los otros sectores del sitio, cuyo índice de densidad es cercano a 0, excepto por la presencia de G. decorticans (ID: 15,7). Por las razones ya señaladas, los otros taxa asociados a este último conjunto (por ejemplo, Atriplex, Cistanthe) se interpretan como postdepositacionales (Tabla Suplementaria 4). Por su parte, del Conjunto A podemos destacar una mayor densidad de Prosopis (ID: 46,73), G. decorticans (ID: 64,72) y Z. mays, tanto marlos (ID: 2,1) como cariopses (ID: 1,46). Del Conjunto B destaca Ch. quinoa (ID: 1,50). Y del Conjunto D destaca la mayor densidad de G. decorticans (ID: 99,38) y madera de cactáceas aff. E. atacamensis (ID: 2,73). Las espinas, por último, tienen una presencia homogénea en los Conjuntos A, B y D (ID entre 0,46 y 0,81).

En resumen, se reconoce un patrón distintivo para el Conjunto C. Sus exiguas evidencias reafirman una función diferente, donde la preparación y consumo de alimentos no fueron actividades relevantes, y/o donde se practicaron actividades de limpieza permanente, lo cual es coherente con la idea de pasillo y plaza propuestos para este espacio (Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013). En relación con los Conjuntos A, B y D, si bien relevamos algunas diferencias cuantitativas entre ellos, éstas no poseen un sustento estadístico, comportándose más bien de forma similar. En ellos, la mayor parte de los taxa tienen una alta ubicuidad, estando presentes en los tres conjuntos. También, los índices de densidad son similares. En este sentido no es posible establecer diferencias en términos de los ingredientes usados entre el sector incaico (A) y el área habitacional de los mineros (B y D); no obstante, las diferencias podrían expresarse en el tipo de preparaciones que se están elaborando y el contexto asociado —ello considerando que comidas rituales (por ejemplo, calapurca) y comidas preparadas en el contexto cotidiano (por ejemplo, sopas, guisados) usan los mismos ingredientes. En esta línea, los restos arqueofaunísticos tampoco muestran diferencias significativas entre los sectores del sitio en términos de taxa o unidades anatómicas representadas, siendo difícil precisar el tipo de preparaciones específicas que se estaban realizando con estos ingredientes. Finalmente, hay un taxón que sí plantea una diferencia entre ambos sectores y que es exclusivo del Conjunto A, correspondiente a los restos de chachakoa (P. quadrangularis), un ingrediente ritual que, como se señala más abajo, se asocia a eventos ceremoniales colectivos en la actualidad.

Usos de las plantas y redes de abastecimiento

Los resultados demuestran que fueron diversos los vegetales requeridos para el funcionamiento y reproducción del Complejo Minero San José del Abra. Estos fueron obtenidos de distintos ecosistemas y pisos ecológicos, exigiendo una organización regional de diversos enclaves productivos y movilización coordinada de las fuerzas de trabajo. Las plantas locales del entorno del Complejo Minero fueron recolectadas principalmente para combustible y forraje, aunque también para obtener fibras vegetales y especies con múltiples usos medicinales, tintóreos y ceremoniales (Tabla Suplementaria 1). En relación con el combustible, aun cuando se requiere realizar análisis antracológicos para identificar taxonómicamente los carbones, consideramos que la alta frecuencia de madera arbustiva en la muestra arqueológica, sumado a las referencias etnográficas ya citadas relativas a la importancia de B. tola usada hasta hoy para cocinar en estos ambientes, sugiere la idea de un abastecimiento local de combustible. Lo anterior implica además que al interior del campamento minero existió una diversidad de labores, no todas las cuales tenían que ver directamente con la extracción y procesamiento de los minerales de cobre (Salazar Reference Salazar2008). Los sitios de apoyo logístico al Complejo Minero, tales como Ichunito, AB-44 y AB-73, ubicados junto a vertientes de agua, sin duda fueron parte del sistema de abastecimiento local de recursos vegetales y manejo de rebaños de llamas (Salazar, Berenguer y Vega Reference Salazar, Berenguer and Vega2013). En relación con las especies de humedal, destaca la presencia de unquillo (Schoenoplectus sp.), que pudo ser demandada por la calidad de sus fibras para la elaboración y reparación de artefactos empleados en la producción minera, tales como cordelería, estera y cestería.

Merece mención especial el uso ceremonial derivado de la presencia de chachakoa (P. quadrangularis), que pudo ser quemada en forma de sahumerio. Este un ingrediente ritual fundamental en las ceremonias andinas de fertilidad hasta hoy (García et al. Reference García, Gili, Echeverría, Belmonte and Figueroa2018; Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004). El humo espeso y aromático de esta planta podría relacionarse con quemas fundacionales vinculadas a la construcción del recinto, aunque también como parte de las ofrendas para agasajar a la waka minera, de modo de aumentar su poder genésico y el potencial fertilizador de la veta (Platt et al. Reference Platt, Thérèse and Harris2006). Figueroa y colaboradores (Reference Figueroa, Mille, Salazar, Berenguer, Menzies, Sapiains, Cifuentes and Joly2018) reportan restos carbonizados de Parastrephia sp. en los hornos incaicos de Ujina-8, en el distrito Collahuasi, cercano a las nacientes del Río Loa. Si bien son interpretados como combustible, los autores advierten que la escasa cantidad de Parastrephia recuperada del contexto arqueológico no permite establecer mayores conclusiones en relación con su uso y manejo. No hay alusión a un posible uso ceremonial como sahumerio, y en este sentido, el presente trabajo abre una nueva posibilidad de interpretación respecto al uso de estas plantas, que eventualmente podría conformar un patrón en los enclaves productivos incaicos.

De un radio cercano al Complejo Minero, pero no inmediato (8-12 km de distancia), provienen restos de cactáceas empleadas como materia prima para la techumbre de viviendas, como alimento en el caso de sus frutos y como materia prima para la elaboración de artefactos tales como las agujas. Pudieron ser las mismas personas que ocupaban el campamento quienes se procuraron directamente estos recursos en la medida que surgía la necesidad u oportunidad para ello. Lo anterior refuerza que no necesariamente todos los productos consumidos en el enclave productivo incaico fueron proveídos por el Estado. Los conocimientos tradicionales de los mitayos atacameños, así como su propia agencia, pueden explicar también la presencia de ciertos recursos en el campamento, procurados directamente por los habitantes del poblado como parte de sus prácticas cotidianas y apropiación del entorno donde servían su turno de trabajo al inca.

Del curso superior del Río Loa, a distancias de más de 25 km (Figura 1), debieron provenir la mayoría de los restos de comida vegetal identificados, al menos el maíz (Z. mays), el zapallo (Cucurbita sp.) y la quinua (Ch. quinoa). El ají (C. annum) plantea una red de abastecimiento diferente respecto de los productos anteriores, vinculada a los valles bajos o la Pampa del Tamarugal, considerando que el clima de los oasis de Chiu-Chiu y Lasana no permite la reproducción de este cultivo. Todos estos ingredientes son fundamentales en la mesa andina hasta hoy, con los cuales se preparan múltiples platos tradicionales, algunos consumidos de forma ritual o comunitaria, como la calapurca, y otros de forma doméstica o cotidiana, como la patasca, sopas y guisados. Éstos se pudieron combinar con distintos tipos de carne, en especial de llamo y guanaco, los cuales debieron ser servidos en contenedores de cerámica y también calabazas (L. siceraria), y haciendo uso de cucharas de madera. Restos óseos de camélidos son abundantes entre las basuras domésticas y contextos de cocina identificados en Inkawasi-Abra, así como fragmentos de ollas de cerámica donde estos alimentos pudieron ser preparados (Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013).

Caseríos del período Intermedio tardío y Tardío asociados a campos agrícolas y abundantes palas líticas se han reportado en el Alto Loa, específicamente en Bajada del Toro y Santa Bárbara, en las inmediaciones del Camino Inca (Berenguer Reference Berenguer2004, Reference Berenguer, Nielsen, Clara Rivolta, Seldes, Vásquez and Mercolli2007). La evidencia arqueológica muestra la presencia de huellas caravaneras de momentos incaicos que descienden desde el Complejo Minero San José del Abra hacia el Río Loa, pasando por Conchi Viejo, desde donde se abre un abanico de rutas que conectan justamente con Bajada del Toro, Santa Bárbara e Incaguasi (Corrales Reference Corrales2017). En el caso de Bajada del Toro, la presencia de un tambo de mayores dimensiones en comparación con los que jalonan la ruta del Alto Loa (Berenguer Reference Berenguer, Nielsen, Clara Rivolta, Seldes, Vásquez and Mercolli2007), así como un sendero tropero que conecta dicho sector con Conchi Viejo (Corrales Reference Corrales2017), permite pensar que de dicha localidad proviene, al menos, parte de la producción agrícola consumida en el Complejo Minero. Por otro lado, existen instalaciones agrícolas más distantes construidas o ampliadas por el Estado inca en localidades como Paniri y Toconce (Berenguer y Salazar Reference Berenguer and Salazar2018; Parcero-Oubiña et al. Reference Parcero-Oubiña, Fábrega-Álvarez, Salazar, Troncoso, Frances Hayashida, Pino, Borie and Echenique2017), a distancias de entre 50 y 80 km. En efecto, desde Santa Bárbara e Incaguasi diversos caminos y senderos comunican con éstos y otros nodos agrícolas. También de allí debió provenir la madera para elaborar la preforma de cuchara, así como los demás fragmentos de madera arbórea hallada en la muestra.

Los restos de algarrobo y chañar son cuantitativamente los más relevantes y ubicuos del contexto arqueobotánico del Complejo Minero, denotando que se trató de un ingrediente esencial de la culinaria de los mitayos, lo que a su vez es consistente con el rol que estos alimentos poseen hasta hoy como referente de identidad para el pueblo atacameño (Martínez Reference Martínez1998). Es probable que los frutos de estos árboles provengan de los oasis de Chiu Chiu, Lasana y/o Quillagua, donde los bosques de chañar y algarrobo fueron (y aún son) abundantes. Sobre la base de lo anterior, puede afirmarse que de las quebradas y oasis atacameños provendrían la mayor parte de los alimentos consumidos por los mineros en El Abra, aun cuando es posible hipotetizar que fueron varias quebradas y oasis las que simultáneamente pudieron abastecer de recursos agrícolas y forestales al Complejo Minero, aprovechando el milenario manejo atacameño de las variaciones microclimáticas para la diversificación de sus estrategias productivas y de subsistencia (Martínez Reference Martínez1998; Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro2004). Recursos de zonas aún más distantes, tales como los valles bajos o Pampa del Tamarugal desde donde provendrían los restos de ají, o la costa del Pacífico desde donde se trasladaron los restos de moluscos, peces y algas, igualmente jugaron un rol importante en la alimentación y las prácticas sociales al interior del campamento, denotando la eficiente articulación regional de la economía política del Tawantinsuyu.

Conclusiones

El control directo ejercido por el Tawantinsuyu sobre la producción minera en las provincias significó un importante desafío para la organización económica estatal, dada la distancia de algunos de los enclaves productivos respecto de los principales nodos agropastoriles que los abastecieron (Cantarutti Reference Cantarutti, Tripcevich and Vaughn2013; Salazar Reference Salazar2008; Salazar, Borie y Oñate Reference Salazar, Borie, Oñate, Tripcevich and Vaughn2013; Zori Reference Zori and Costin2016, Reference Zori, Covey and Alconini2018). La creciente evidencia arqueológica aportada por investigaciones en el norte de Chile muestra que las soluciones implementadas por el Estado para abordar estos desafíos fueron flexibles y variadas, adaptándose eficientemente a los contextos geográficos, sociales y culturales locales (Zori Reference Zori, Covey and Alconini2018).

En el caso del Complejo Minero San José del Abra, el funcionamiento del enclave extractivo requirió del acceso y procesamiento de diversos vegetales, los cuales jugaron roles centrales en la alimentación, forraje, elaboración de artefactos y viviendas y la ejecución de ceremonias, sin descartar usos medicinales. El acceso a estas plantas fue posible gracias a mecanismos diversos y complementarios de abastecimiento, no todos los cuales necesariamente estuvieron bajo control estatal. El conocimiento y las prácticas tradicionales de los atacameños que trabajaron para el inca en El Abra también fueron desplegados para la reproducción de la vida cotidiana en el enclave productivo, mediante una eficiente apropiación del entorno y el uso de los recursos locales.

Con todo, la mayoría de los restos arqueobotánicos recuperados del Complejo Minero corresponden a desechos de consumo de alimentos de origen extralocal, en especial frutos de chañar, algarrobo, maíz, quinua, zapallo, ají y calabaza. Al interior del campamento estos restos no muestran una distribución diferencial entre los sectores con evidencias habitacionales del sitio, lo que es coherente con las evidencias arqueofaunísticas y demuestra que las diferencias sociales entre los ocupantes del campamento minero no parecen haber sido reproducidas a partir del tipo de alimentos consumidos. No obstante, las diferencias entre el sector incaico (A) y el sector local (B y D) estarían dadas, más que por los ingredientes, por el tipo de contexto de su preparación (público y doméstico, respectivamente), así como por la posibilidad de que se preparan y consumieran distintos platos en cada uno de ellos, lo cual deberán confirmar futuras investigaciones.

Estos productos fueron movilizados hacia el Complejo Minero por redes caravaneras posiblemente controladas por el Estado, pero a cargo de atacameños que servían su turno de trabajo justamente transportando los bienes y productos de relevancia para la política económica estatal en Atacama (Corrales Reference Corrales2017). El Estado debió disponer de estos recursos agrícolas y forestales a partir del excedente del trabajo de otras personas y comunidades. En este sentido, el sistema de abastecimiento del Complejo Minero canalizó la producción agropastoril y forestal de distintos pisos ecológicos y ecosistemas de la región atacameña, principalmente del Alto Loa y Loa Superior, sin descartar las relaciones a larga distancia con los valles bajos y el litoral pacífico.

El funcionamiento del sistema productivo a escala regional requirió de la puesta en práctica de un conocimiento ecológico tradicional acabado que permitió hacer uso de estrategias de microverticalidad derivadas de las variaciones ecológicas y de altitud dentro de la región atacameña para generar excedentes en distintos sectores y momentos del ciclo anual. Más aún, dichos conocimientos tradicionales fueron fundamentales en términos de la disponibilidad, distribución y estacionalidad de los pastos locales y las aguadas circundantes, especialmente para el manejo de las tropas de llamas cargueras que debían movilizar los bienes y recursos que abastecían a los mitayos en El Abra y que a la vez redistribuían los productos minerales obtenidos. En este sentido, la aparición de extensos sistemas extractivos mineros en zonas de mediana capacidad de carga agropastoril durante el período Tardío no sólo evidencia las capacidades organizativas a disposición del Tawantinsuyu en las provincias (Zori Reference Zori, Covey and Alconini2018), sino que también la crucial importancia del conocimiento tradicional de los grupos locales para la estructuración y reproducción de la economía política del Estado.

Agradecimientos

La investigación se realizó en el marco del proyecto de profundización del conocimiento del Complejo Minero San José del Abra, financiado por SCM El Abra. Agradecemos al proyecto Fondecyt 1181829 (ANID), a los estudiantes de arqueología Tamara Núñez y Melchior da Silva, al Dr. Bernardo Arriaza (Laboratorio de Bioantropología, IAI Universidad de Tarapacá), a Sebastián Krapivka (Laboratorio de Antropología Física, Universidad de Chile) y Sebastián Gutiérrez (Laboratorio de Arqueometría, Universidad de Tarapacá). A Marisa Ramos, oriunda de Chiu Chiu, por compartir antecedentes agroclimáticos fundamentales para la interpretación de las evidencias arqueológicas. A Francisca García por fotografiar el material arqueobotánico de harnero. A Marco Villar por el diseño y edición de figuras. Investigación autorizada por el Consejo de Monumentos Nacionales (Chile).

Declaración de disponibilidad de datos

Los datos están disponibles en el repositorio del Consejo de Monumentos Nacionales (Chile) y también pueden ser solicitados de los autores.

Material suplementario

Para acceder al material suplementario que acompaña este artículo, visitar https://doi.org/10.1017/laq.2021.78.

Tabla Suplementaria 1. Plantas vivas registradas en el Complejo Minero San José del Abra (Illanes y Asociados 2005) junto a sus usos etnobotánicos siguiendo a Villagrán y Castro (Reference Villagrán and Castro2004). Claves: CO: comestible; F: forrajero; M: medicinal; L: leña; C: construcción y artesanías; R: ritual; T: tintóreo; V: veterinario.

Tabla Suplementaria 2. Superficie y volumen excavado y volumen de sedimentos flotados (litros) en Inkawasi-Abra.

Tabla Suplementaria 3. Taxa identificados con sus respectivos usos etnobotánicos (Villagrán y Castro Reference Villagrán and Castro1997, Reference Villagrán and Castro2004; Villagrán et al. Reference Villagrán, Castro and Sánchez1998).

Tabla Suplementaria 4. Diversidad y distribución de las plantas de puna y aguadas aledañas (Grupo 1).

Tabla Suplementaria 5. Diversidad y distribución de las plantas de quebradas, valles y oasis (Grupo 2).

Texto Suplementario 1. Metodología de análisis comparativo MEB.

References

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Figure 0

Figura 1. Ubicación del Complejo Minero San José del Abra, en el norte de Chile (mapa elaborado por Paulina Corrales). (Color en la versión electrónica)

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Figura 2. El campamento Inkawasi-Abra. (a) Vista general; (b) plano del sitio (imagen de Diego Salazar). (Color en la versión electrónica)

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Figura 3. Plantas de origen local. (a y b) Agujas de espina de cactus; (c) madera de cactus (aff. E. atacamensis); (d) semillas de Schoenoplectus sp. (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

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Figura 4. Tallos carbonizados de P. quadrangularis. (a y b) Fogón en cubeta, Estructura A5 (imágenes de Cesar Borie); (c) cara abaxial (envés) de la muestra arqueológica, mostrando ausencia de estomas en la zona apical, los que se concentran en el tercio medio (MEB 200×); (d) cara adaxial de hoja completa del fragmento arqueológico, mostrando ausencia de estomas (MEB 80×); (e) cara abaxial (envés) de la muestra arqueológica, mostrando abundantes estomas concentrados en el tercio medio de la lámina foliar (MEB 500×) (imágenes de Bernardo Arriaza); (f) muestra arqueológica bajo lupa binocular (40×); (g) muestra arqueológica (derecha) y muestra actual de referencia de P. quadrangularis (izquierda) (imágenes de Magdalena Garcìa). (Color en la versión electrónica)

Figure 4

Figura 5. (a y b) Carozos de chañar (G. decorticans); (c y d) endocarpios de algarrobo (Prosopis sp.) (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Figure 5

Figura 6. Productos agrícolas. (a) Fragmento de pericarpio de calabaza (L. siceraria); (b) semilla de zapallo (Cucurbita sp.); (c y d) semillas de ají (C. annum); (e y f) semillas de quinua (C. quinoa); (g y h) marlos de maíz (Z. mays) (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Figure 6

Figura 7. (a) Preforma de cuchara de madera arbórea; (b) fragmento de aerociste de huiro (M. pyrifera): a la izquierda, fragmento actual de referencia y a la derecha (fragmento), evidencia arqueológica; (c) posible fruto hervido o remojado de molle (Schinus molle) (imágenes de Magdalena García). (Color en la versión electrónica)

Figure 7

Figura 8. Abundancia de taxa en Inkawasi-Abra por conjunto arquitectónico (A, B, C y D).

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